Hay una enorme fuerza detrás de todas las defensas que creamos.
Es la luz que las soporta, que está debajo de ellas, de las heridas y emociones aún almacenadas, de los recuerdos, de las corazas, las alertas y las cajas cerradas bajo llave. El núcleo que está en el centro de todas ellas.
El mayor valor se encuentra en dejarnos salir a la luz.
En esta ocasión no hablo de mostrar nuestra verdadera personalidad, sino de aquello que consideramos más frágil, más vulnerable.
Bajar las defensas… ¿qué sientes si te pido que lo hagas? ¿Qué pasa por tu cabeza si te lo pides tú?
Hoy venía conmigo de camino a casa y me ha mostrado la tremenda fuerza que reside en nosotros, una fuerza que no necesita energía, pues ella misma la genera, una fuerza en calma, una infinita luz que habita en nuestro interior, que no nos pide nada, que sostiene con amor todas las barreras que hemos creado sobre ella, escondiendo en el interior lo que aún no deseamos afrontar, cobijándolo hasta que decidamos sacarlo al exterior.
Hace falta valor para mirarnos sin filtros, sin dirigir qué es bueno sentir o cómo sentirlo. Hace falta valor para mirarnos a los ojos y ver la verdad.
Hace falta valor para bajar las defensas, para desnudarnos ante nosotros y ante los demás, para mostrar la parte que consideramos más débil y aceptar que sólo en la integración de todas ellas reside la fuerza verdadera.
Y sólo cuando las bajamos, cuando descubrimos lo que sentimos vulnerable y lo miramos con amor y aceptación, sin esconderlo, sin apartarlo, nos damos cuenta de lo inmensa que es.
La mayor fuerza que he visto en mí la he encontrado después de bajar las defensas y aprender a sanar las heridas. Ella, hoy, me ha mostrado dónde reside.
Continúo mi viaje con una maleta cada vez más vacía, porque siento que no lo necesito, que lo que llevo en mi interior llena todos los espacios, cuando me permito abrir mis puertas, salga lo que salga de ellas.
Un comentario
Escriba un comentario →