Nada en la Maleta

Aprendiendo a vivir

La libertad de ser y las olas

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Querido amigo, hoy quiero compartir contigo una reflexión personal…

Todas lo son, pero quizá ésta sea una de las que más me tocan las emociones y los miedos: una reflexión sobre la libertad de ser uno/a mismo/a.

Una libertad que va más allá de ser como eres sin importar lo que otros digan, sino que, aún importándote lo que digan, aún escuchando, aún si te muestran algo de ti que no habías visto y ahora lo ves, sigas sintiendo sólo amor y aceptación y te atrevas a seguir siendo igual.

No siempre sé si lo que los demás ven de mí es mío o es suyo. Siempre pienso que hay algo de los dos, algo que se les refleja de sí mismos y algo que hay en mí que se lo recuerda, pero según mi maleta se va vaciando, menos entiendo algunas reacciones, y muchas veces siento incluso ternura. Me sorprenden, como si fuera una niña jugando que no comprende que otros se enfaden por algo que he hecho.

Y quizá eso es lo más bonito, la inocencia. Ver la vida sin estar calculando a cada paso si lo que haces o dices es lo correcto, porque, simplemente, eres como eres. Y yo he calculado muchas veces ya.

Pero, a diferencia de cuando éramos niños, cuando estábamos tratando de aprender a vivir y comportarnos en este mundo y nos guiábamos por lo que los demás nos enseñaban, ahora el que guía es mi corazón, y mi propio deseo de libertad, la libertad de ser como soy, tanto si está bien visto como si no, tanto si es política o socialmente correcto como si no, tanto si es espiritual como si no lo es, tanto si lo comprendo como si no.

Antes teníamos las normas sociales. Ahora, además, parece que tenemos normas «espirituales».

Hoy en día veo personas en el llamado «mundo espiritual» tratando de defenderse acusando a otros de «tener ego», es decir, de no ser lo «suficientemente espirituales»… es como una especie de insulto, algo que, si estás en ese «camino espiritual», parece que debería tocarte interiormente o hacer que te dieras cuenta de que «no lo estás haciendo bien».

Cambian los nombres, pero son las mismas limitaciones internas: ser algo distinto, «mejor», y si no lo eres, es «reprochable».

Pero resulta que aceptar tu propio ego es lo que más paz interior te da. No tratar de cambiar ni un ápice de ti, ni mejorar, porque no hay nada que puedas ser mejor que lo que ya eres.

Y he observado que los mayores cambios se dan, precisamente, cuando no tratas de cambiar nada. Cuando te muestras como eres y, sea lo que sea que el espejo te devuelva, te atreves a mirarte, sólo mirarte. Ahí llega la aceptación. Y llega sola, porque mirarte del todo sólo lo puedes hacer con Amor. Entonces, el cambio es automático. Y no cambias para ser otra persona, o mejor, sólo sueltas lo que no eres y has querido ser para que los demás te acepten.

Porque ya no lo necesitas. Porque ahora te aceptas tú.

Y yo soy como esas olas, que van y vienen y, a veces, sin pretenderlo, sin enfado, sin intención, sólo por la propia fuerza y magnitud de quien soy, remueven los cimientos de arena sobre los que hemos construido nuestra imagen.

Hoy mi reflexión trata sobre la libertad, porque seguir decidiendo ser como soy, decir lo que pienso y como lo pienso, lo que veo, aún si eso remueve todas las emociones, de otros y mías, aún si la imagen que tienen de mí cambia o se refuerza, me ayuda a respirar.

No sabía que respiraba tan comedidamente hasta que encontré esta libertad.

No sabía cuánto aire cabía en mi maleta hasta que la vacié de condiciones.

Querido amigo, lo sé, tú ya habías visto esa ola y, aún así, sigues ahí, siempre ahí. Porque tus ojos son los de tu corazón. Porque tu boca también es libre para decir lo que ve, cuando lo ve, y tus oídos de escuchar cuando necesitas oír.

Gracias por ser la tierra bajo mis pies, y amar el agua.

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